Érase una vez una niña muy trabajadora, que sacaba muy buenas notas.
Cuando al fin le dieron las vacaciones de verano se puso muy contenta, porque así podría ir a la playa con sus tíos y sus primos, pues sus padres tenían que trabajar.
Al día siguiente, al levantarse, vio que estaba lloviendo.
Como no podía salir a la calle, pensó: “voy a hacer un dibujo y le echaré un poco de la purpurina que me han regalado”.
Se puso a hacer un dibujo sobre un cuento que había leído en la escuela y al terminar, le puso un poquito de purpurina.
Inmediatamente, el dibujo cobró vida y la niña se quedó boquiabierta.
Entonces se acordó que su mayor ilusión era volar y volvió a pensar: “si me echo purpurina, a lo mejor consigo volar”. Y así fue.
Pero como nunca había volado, ahora no sabía cómo bajar. Entonces recordó que en el dibujo que había hecho, había varias hadas ¡y tenían vida!
Primero subió un hada e intentó ayudarla, pero no pudo. Luego, subió otra y otra y otra… y entre todas, fueron capaces de bajarla.
¡Ah, y les echaba purpurina mágica!
Así, cuando algún amigo tuviese cualquier problema, siempre habría algún personaje de sus dibujos que le podía ayudar.
Cuando los compañeros del colegio se enteraron del poder de la purpurina, todos querían ser sus amigos y ella estaba muy feliz, porque además de sacar buenas notas podría ayudar a los demás. .